
OPINIÓN | Cuaresma
03/01/2021Últimas entradas de zoom latino (ver todo)
Por: Guillermo García Machado
Gaithersburg, MD.- El tiempo de la Cuaresma rememora los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en
el desierto mientras se encaminaba hacia la tierra prometida, con todo lo que implicó
de fatiga, lucha, hambre, sed y cansancio…pero al fin el pueblo elegido gozó de
esa
tierra maravillosa, que destilaba miel y frutos suculentos (Éxodo 16 y siguientes).
También para nosotros, como fue para los israelitas aquella travesía por el desierto, la
Cuaresma es el tiempo fuerte del año que nos prepara para la Pascua o Domingo de
Resurrección del Señor, cima del año litúrgico, donde celebramos la victoria de Cristo
sobre el pecado, la muerte y el mal, y por lo mismo, la Pascua es la fiesta de alegría
porque Dios nos hizo pasar de las tinieblas a la luz, del ayuno a la comida, de la tristeza
al gozo profundo, de la muerte a la vida.
La Cuaresma ha sido, es y será un tiempo favorable para convertirnos y volver a Dios
Padre lleno de misericordia, si es que nos hubiéramos alejado de Él, como aquel hijo
pródigo (Lucas 15, 11-32) que se fue de la casa del padre y le ofendió con una vida
indigna y desenfrenada. Esta conversión se logra mediante una buena confesión de
nuestros pecados. Dios siempre tiene las puertas de casa abiertas de par en par, y su
corazón se le rompe en pedazos mientras no comparta con nosotros su amor hecho
perdón generoso. ¡Ojalá fueran muchos los pecadores que valientemente volvieran a
Dios en esta Cuaresma para que una vez más experimentaran el calor y el cariño de su
Padre Dios!
Si tenemos la gracia de seguir felices en la casa paterna como hijos y amigos de Dios, la
Cuaresma será entonces un tiempo apropiado para purificarnos de nuestras faltas y
pecados pasados y presentes que han herido el amor de ese Dios Padre; esta
purificación la lograremos mediante unas prácticas recomendadas por nuestra madre
Iglesia; así llegaremos preparados y limpios interiormente para vivir espiritualmente la
Semana Santa, con todo la profundidad, veneración y respeto que merece. Estas
prácticas son el ayuno, la oración y la limosna.
Ayuno no sólo de comida y bebida, que también será agradable a Dios, pues nos servirá
para templar nuestro cuerpo, a veces tan caprichoso y tan regalado, y hacerlo fuerte y
pueda así acompañar al alma en la lucha contra los enemigos de siempre: el mundo, el
demonio y nuestras propias pasiones desordenadas. Ayuno y abstinencia, sobre todo, de nuestros egoísmos, vanidades, orgullos, odios, perezas, murmuraciones, deseos
malos, venganzas, impurezas, iras, envidias, rencores, injusticias, insensibilidad ante las
miserias del prójimo.
Limosna, dijimos. No sólo la limosna material, pecuniaria: unas cuantas monedas que
damos a un pobre mendigo en la esquina. La limosna tiene que ir más allá: prestar
ayuda a quien necesita, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que nos lo pide,
compartir alegrías, repartir sonrisa, ofrecer nuestro perdón a quien nos ha ofendido. La
limosna es esa disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos.
Y, finalmente, oración. Si la limosna era apertura al otro, la oración es apertura a Dios.
Sin oración, tanto el ayuno como la limosna no se sostendrían; caerían por su propio
peso. En la oración, Dios va cambiando nuestro corazón, lo hace más limpio, más
comprensivo, más generoso…en una palabra, va transformando nuestras actitudes
negativas y creando en nosotros un corazón nuevo y lleno de caridad.
Miremos mucho a Cristo en esta Cuaresma. Antes de comenzar su misión salvadora se
retira al desierto cuarenta días y cuarenta noches. Allí vivió su propia Cuaresma, orando
a su Padre, ayunando…y después, salió por nuestro mundo repartiendo su amor, su
compasión, su ternura, su perdón. Que Su ejemplo nos estimule y nos lleve a imitarle
en esta cuaresma. Consigna: oración, ayuno y limosna.
Fuente: Catholic.net